Reflexiones de café: Malvinas en Londres

Estoy rematando la tercera pinta de Samuel Smith negra que cae esa noche, la de postre, mientras admiro el lúgubre ambiente creado por la oscura y venerable madera que recubre pisos, paredes y techos del histórico pub londinense, Ye Olde Cheshire Cheese, en la calle Fleet. Mi familia española está recorriendo el laberinto de salas que se abren paso desde una estrecha, empinada y crujiente escalera que atraviesa el intrincado local; y aprovecho el momento para imaginar las apasionantes conversaciones que pudieron tener lugar en boca de Voltaire, Dickens, Twain, Doyle y otros parroquianos, entre humo de tabaco, aroma de tartas de carne, trasiego de cerveza y crepitar de fuego en las chimeneas. Cuatrocientos años de historia e historias impregnándolo todo.

A mi lado, un caballero de marcado acento británico, que ronda la setentena, conversa animadamente con una pareja algo más joven, de la que no logro identificar su acento. Espero una pausa en la conversación e interrumpo pidiendo permiso para hacerles una pregunta. Consulto al septuagenario —llamémoslo George— si es londinense y si conoce la zona. Asiente amablemente, confirmando mi sospecha, y le pido indicaciones sobre algún buen lugar para tomar un full english, el hipercalórico desayuno inglés que tras su ingesta pide más una siesta que una jornada laboral. Me da una serie de opciones cercanas, me presenta a la pareja de canadienses que lo acompaña, pregunta por mi procedencia y comenzamos una agradable conversación que alterna geografía, lugares de interés cultural y deportes. Con fútbol y «hand of God» incluidos, todo muy británicamente cortés. Regresa mi familia, agradezco la conversación y me despido para marcharnos.

En el vestíbulo nos topamos con un trío de damas tandilenses, en viaje de formación profesional, que accede al pub. Reconocemos nuestros acentos y entablamos una conversación circunstancial, a la que se une George, cuando se aproxima para abandonar el lugar. Frente a tantos argentinos, pregunta con genuino interés por la situación económica y política de la Argentina, le damos nuestras opiniones e, inesperadamente, saca el tema tabú: Malvinas. A las que, para mi sorpresa, menciona así y no como Falklands. Concretamente, pregunta: «¿Qué se dice hoy de las Malvinas en la Argentina? ¿Qué se enseña a los jóvenes en las escuelas?». Una de las damas tandilenses, visceral, como si nuestro inglés interlocutor encarnase a la mismísima Margaret Thatcher, responde: «¡Que son argentinas!». Silencio. George se encoje de hombros y asiente, como si nunca lo hubiese puesto en cuestión; aunque su expresión deja ver que esperaba una respuesta más reflexiva.
Comento que con la variedad y gravedad de problemas que tenemos sobre el territorio controlado, tal vez no sea el mejor momento para priorizar el de los territorios en disputa; pero que independientemente de la capacidad de gestión sobre el conflicto, la soberanía de las Malvinas se considera irrenunciable. En los minutos que hablamos del tema, George nunca defiende la postura del Reino Unido, tal vez por convicción o tal vez por cortesía británica. Difícil saberlo. Al final, acordamos que, razones a favor o en contra, fue una guerra instigada por el oportunismo de dos gobiernos en decadencia. Rematando con una larga lista de quejas sobre la gestión de Margaret Thatcher, por parte de nuestro amigo inglés, antes de dar la charla por terminada.

Un par de días más tarde, visitando el palacio de Westminster, sede de ambas cámaras del parlamento del Reino Unido, otra vez Malvinas vuelve a hacer acto de presencia. En una de las salas del palacio, un escaparate con el título: «Parliament and the Falklands conflict», exhibe periódicos, documentos y libros acompañados por fotografías, comentarios y frases que fueran pronunciadas por los parlamentarios en aquel momento. La primera frase reza: «El sábado 3 de abril de 1982, la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores celebraron sesiones de emergencia», y destaca: «Era la primera vez que se reunían un sábado en más de veinticinco años», poniendo de manifiesto la seriedad del asunto o como si aquel detalle fuese de lo más indignante. Lo que me lleva a pensar que deberíamos considerar entre los méritos militares de nuestra nación, haber hecho trabajar un sábado a los señoritos del parlamento británico.

El contenido de la exposición refleja la postura institucional. A grandes rasgos, hace hincapié en la afinidad y lealtad de los isleños hacia el Reino Unido, la necesidad prioritaria de proteger los derechos de éstos y la importancia de evitar el éxito de la brutal agresión (sic), perpetrada sobre las islas, que traería peligro a todo el planeta —y pensaba que los exagerados éramos nosotros—. Además, exponen nuestras vergüenzas haciendo mención a las violaciones de derechos humanos por causas políticas en la Argentina de aquellos años ¬—touché—. La transcripción completa del debate sabatino, en el que también se sopesa una solución diplomática, la posibilidad de establecer un bloqueo naval y aéreo, y se hace autocrítica por los años de desidia a los que fueron sometidos los isleños, se puede consultar en los archivos públicos del parlamento.

Pese a las visiones contrapuestas entre una comunicación oficial y una informal obtenida en el llano, no me atrevería a decir que una simple conversación en un pub londinense representa el sentir del pueblo británico sobre el asunto Malvinas. Una encuesta reciente (abril de 2022), organizada por el sitio web Declassified UK en sus redes sociales, arrojó que el 49% de los encuestados considera que la soberanía corresponde a la Argentina, el 19,7% que debería ser compartida y el 20,9% que corresponde al Reino Unido. En contraparte, el último referéndum celebrado en las islas en 2013, arrojó un contundente 99,8% a favor de mantener su estatus como territorio de ultramar del Reino Unido.

Mientras tanto, según datos oficiales del INDEC a septiembre de 2022, la Argentina ostenta un vergonzoso 36,5% de pobreza y un 83% de inflación interanual —omito más datos para no ensañarme con la autoflagelación—; circunstancia que no impide al diputado Heller la desfachatez de anunciar, al final de una reunión de la comisión de Presupuesto que él mismo preside, que en ese momento no se iba a poner a trabajar para ir a ver el partido de fútbol de Boca. Antecedentes que antojan faraónica cualquier tarea diplomática o de acercamiento a los habitantes de las Malvinas. E inevitablemente, apesadumbrado, me asalta el pensamiento de que tal vez, nuestras prioridades como nación, sean otras.

Autor: Javier Calles-Hourclé (41) / Valladolid, España.
Ilustraciones: NASA, Public domain, via Wikimedia Commons, DaniKauf, CC BY-SA 3.0 <http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/>, via Wikimedia Commons.
Contacto: javieradcalles@icloud.com

Javier nació en Bahía Blanca, Argentina, en 1980. Es Farmacéutico y Doctor en Ciencia y Tecnología de Materiales por la Universidad Nacional del Sur. Inició su carrera profesional como docente en las cátedras de Toxicología de Fármacos, Toxicología y Química Legal, y como investigador en instituciones públicas y privadas de Argentina, España y Reino Unido.
Radicado en Valladolid, España, desde 2014; actualmente continúa su carrera en el mundo farmacéutico compaginando su pasión por la ciencia, la historia, la literatura y la buena mesa.

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