La resistencia frente al avance dictatorial.

Juan Carlos Filiberto para Posta Posta.  Se había pensado, hasta nosotros, que el despotismo era odioso, cualesquiera que fuesen sus formas. Pero se ha descubierto en nuestros días que había en el mundo tiranías legítimas y santas injusticias, siempre que se las ejerciera en nombre del pueblo.”  Alexis de Tocqueville 

 A pocos días del 29º aniversario del retorno de elecciones para elegir autoridades políticas, la Argentina se encuentra sumida en una disyuntiva crucial.  Ha quedado demostrado claramente que no existe correlación entre democracia y república.  Hoy la deformación ha avanzado hasta niveles casi insospechados.  Esto, en un país que un siglo atrás estaba en el lote de vanguardia del mundo, constituye una penosa involución.

Puede entenderse que, luego de los fatídicos años del Proceso, el apasionamiento sublimado por la vuelta al acto democrático de elegir autoridades haya minimizado la noción de la república en el cuerpo social.  El concepto absoluto del porcentaje triunfador como legítimo per se introdujo la peligrosa noción de que el poder no tiene ni necesita de límites.  Total olvido e ignorancia para con el art. 1 de nuestra Constitución Nacional, de modo que se fueron derrumbando las barreras culturales y políticas al despotismo.

Una porción cada vez mayor de la ciudadanía ha identificado esta ignominiosa omisión y está empezando a reclamar.  Muy buena noticia.  Como el imperio de la falsificación política ha penetrado también a la dirigencia de los partidos y sus representantes, no le ha quedado otra alternativa a esa ciudadanía preocupada que empezar a marcar agenda y bienvenido sea.

De esa forma se inicia un aprendizaje mutuo, una toma de conciencia iniciática ante el avance destructivo del populismo.  La omisión cívica y las trampas repetidas en que hemos caído frente a representantes camaleónicos conducen a un natural proceso selectivo de qué clase de gobernantes y opositores deseamos.  Mea culpa y a tomar reclamos ya para plantearlos en el Congreso y en el accionar político, única opción válida para quienes quieran sobrevivir en ese espacio.  O se ponen a la altura de las circunstancias o directamente quedan fuera de juego.

Atención especial merece que la auto-convocatoria ciudadana del 8N, al ser una manifestación civil de reclamos que cruza  todo el accionar gubernamental, no puede mancharse con especulaciones políticas de dirigentes que intenten reciclarse con el falso mito de la unidad y de opuestos, recientes conversos, a un régimen al que ayudaron más o menos a su entronización.

El diálogo hipócrita y servil con que se han manejado amplios sectores opositores (tipo FAP, UCR y PJ Federal) muestra, de cara a un mediano plazo, una tremenda irresponsabilidad.  La excusa del dogma democrático como absoluto los ha dejado con las manos atadas (a menos que sólo pretendan hacer Kirchnerismo menor) y están dejando a sus propios votantes y sectores independientes sin representación en la defensa de sus derechos.  Tal cobarde conducta abona el peor escenario puesto que está dejando que los mencionados sectores acumulen hartazgo.  Si a esa indefensión popular la dejamos sin canal político partidario e institucional para resistir ante el poder autocrático dominante, una porción sustantiva de la ciudadanía queda a la deriva frente al ejército clientelista y paraestatal que ha tejido el inescrupuloso oficialismo y de allí a la violencia civil hay un corto trecho.

 Unidad en serio

Una confusión habitual en el juego político es que todo se dirime en el aspecto cuantitativo del terreno electoral.  Los políticos y la comunidad responden a patrones intelectuales instalados por pensadores de todo tipo de quilates y laya; y encima hoy prima el imperio de las encuestas de opinión que todo lo condiciona.  Resulta esencial para revivir un proyecto nacional el clarificar ideas, sumar conductas ejemplares y equipos capacitados por fuera del statu quo político.  Los Moyano no suman acá.

Caer en el concepto simplista de que es suficiente juntar voluntades como sea con tal de enfrentar una dictadura, conlleva en sí el germen del fracaso posterior (caso de la Alianza, implosionada por el PJ bonaerense; o el reciente y fallido caso venezolano) y equivale al efecto calmante de una aspirina frente a una afección que demanda cirugía mayor.

El contrato moral entre ciudadanos y la política argentina se halla definitivamente roto.  Y sus bases sólo pueden levantarse con principios  morales sólidos que tiendan a la refundación nacional como República. Ese límite, en la medida en que se flexibilice por priorizar cantidad, se debilita en su capacidad posterior de revolucionar una forma de hacer política perimida, corrupta y totalitaria.

Nuevos dirigentes y agrupaciones o coaliciones, con legajo limpio, tienen por delante la noble tarea de educar al soberano, que traduzcan el espíritu republicano en acciones de gobierno concretas – y no mera reacción – que marquen claramente la distinción frente a los desvaríos totalitarios del régimen. Quien lea esta realidad primero, dentro del arco opositor, estará en condiciones de patear el tablero político y posicionarse con un caudal de votos relevante hacia las elecciones 2013, que pueden convertir en “pato rengo” a CFK.

 Poder como servicio

Concebir al poder como un servicio, en un sentido puro de administración de la cosa pública y nada más, será una demanda ciudadana que irá in crescendo en las próximas elecciones.  Este lento proceso de persistir en la causa se nutrirá de múltiples acciones y agentes.  Sea desde la política partidaria como así también desde diferentes organizaciones sociales, una educación de la conciencia cívica que revalorice la libertad y la justicia, de manera de velar a cada instante por su resguardo, hará que a futuro no se caiga tan fácil en trampas populistas de distintos colores y graduaciones.

La próxima manifestación popular está instalando una acertado debate de conciencia ciudadana. Acá no hay guerra de clases, ni oligarquías o agentes cipayos como de seguro el aparato comunicacional del relato y sus acólitos colaboracionistas machacarán hasta el cansancio.  Cada vez son más los que están rebelando sus conciencias ante el servilismo y complicidad para el saqueo que exige el régimen.  Primer dato y positivo.  Los que aún siguen vendiendo sus conciencias, si bien están en descenso en número, tienen un grado de ignorancia y manipulación tan alto que están dispuestos a inmolarse por mantener su propia servidumbre.

Empieza una resistencia frente al avance dictatorial.  Estos procesos de evolución histórica tienen sus tiempos y debe ser sostenido con valentía, templanza y ecuanimidad.  Una filosofía paso a paso aguarda a quienes, previa autocrítica por sus omisiones, decisiones y acciones cívicas del pasado (puesto que a estos niveles de degradación populista no se llega automáticamente), estén decididos a ir por el cambio por sí mismo, por sus congéneres, por su presente y por las generaciones futuras.

Todo cambio implica costos, nada es gratis en esta vida.  Pero urge – ateniéndonos a la sabia observación de Tocqueville – deslegitimar las prácticas tiránicas del oficialismo y santificar la libertad y la justicia: primera cita y a construir los cimientos de una refundación republicana.  Nos vemos el 8N, no tenemos miedo porque nos protege la Constitución Nacional.

 Nota:

(1) Alexis de Tocqueville, “La Democracia en América I”, 2º Parte, Capítulo 10.
Jorge Montrucchio

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