INDIOS Y CRISTIANOS

Por el Profesor Humberto Guglielmin –

Desde que la llanura pampeana comenzó a ser recorrida por oleadas de vacas y caballos cimarrones, comenzó a gestarse un problema que, con diversa intensidad, se prolonga hasta el día de hoy. Ese ganado, traído en el año 1.536 por Don Pedro de Mendoza, escapó de sus corrales a raíz de los ataques de los querandíes, y se multiplicó en forma prodigiosa expandiéndose por toda la llanura pampeana. Primero los nativos de este lado de la cordillera y luego los del otro lado también, vieron en estos animales el vehículo y el alimento ideal e inagotable.

Con el tiempo, parte de esos rebaños comenzó a ser trasladada a la tierra del Arauco por una senda que comenzó a ser llamada “la rastrillada de los Chilenos”. La cantidad de animales que trasladaban al otro lado de la cordillera fue creciendo hasta cifras simplemente increíbles. Decenas y decenas de miles. Una vez en Chile, parte del ganado lo guardaban para consumo propio pero la mayor parte se vendía a compradores del centro de Chile a cambio de armas de fuego, alcohol y artículos varios.

Cuando la captura de animales se acercó a Bs.As., el conflicto se hizo inevitable porque siempre esas invasiones estaban acompañadas de asesinatos y secuestro de mujeres y niños para llevárselos a sus tolderías. Estos hechos atormentaban a los sobrevivientes y los llevaban a incubar furiosos deseos de venganza que las débiles autoridades políticas eran incapaces de llevar a los hechos. La inseguridad en el campo era total y absoluta y los intentos de expandir la frontera agrícola y ganadera fracasaban en forma sistemática.

En 1834 Juan Manuel de Rosas culminó su campaña al desierto pactando la entrega de bienes varios a cambio del cese de los malones, acuerdo que se mostró bueno y fue cumplido por ambas partes; sin embargo, los que sucedieron a Rosas rechazaron seguir cumpliendo esos acuerdos por considerarlos extorsivos, razón por la que las invasiones se reanudaron con creciente frecuencia y ferocidad. Las zonas más afectadas fueron el Sur de Mendoza, San Luis, Córdoba y sobretodo Buenos Aires. Las líneas de fortines, con la excepción de la Fortaleza Protectora Argentina (Bahía Blanca), servían para muy poco.

Mitre aseguró que con las fuerzas del ejército podría terminar con los arreos de decenas de miles de vacunos, con los asesinatos de puesteros y estancieros y con los raptos de mujeres y niños. Las derrotas sufridas en las proximidades de Tandil y Olavarría presagiaban momentos aún más duros. El problema era cada vez más grave porque eran miles los indios de lanza que venían desde Chile para participar de estos arreos que, entre la captura de animales y su traslado al otro lado de la cordillera, solían durar varios meses. Añadía gravedad a este asunto, el que pudiera ser pretexto para un conflicto con Chile. Si Argentina quería sobrevivir, debía reaccionar.
En marzo de 1872 el cacique chileno Calfucurá reunió más de 6.000 combatientes con los que inició lo que se llamó “la gran invasión”. Logró apoderarse de entre 150.000 y 200.000 animales, dio muerte a más de 300 pobladores de la llanura y se llevó cautivas a por lo menos 500 mujeres.

Para dar fin a estas correrías Sarmiento comisiona al General Rivas que con 1.800 hombres logra una gran victoria sobre los 3.500 de Calfucurá en San Carlos, próximo a la localidad de Bolívar. Esta victoria fue aprovechada para intentar revertir la incesante marea de violencia indígena y para eso el Presidente Avellaneda comisionará al General Julio Argentino Roca.
Para dar una idea de lo que eran los malones, trascribiré las impresiones que escribió un testigo insospechable y extranjero sobre un malón de apenas unas decenas de indios ordenado por un anónimo capitanejo. Sirve para darnos una mínima idea de lo que debieron ser los grandes malones.

Francis Bond Head era un ingeniero militar inglés, con amplios conocimientos de geología, que en el año 1825 fue encargado de inspeccionar las supuestas enormes riquezas que en oro y plata tenía el cordón de Famatina –La Rioja- según los delirantes informes de Bernardino Rivadavia. Hizo dos viajes a la cordillera para verificar esa supuesta riqueza y una vez que concluyó que no existía, retornó a Inglaterra donde ordenó los apuntes que había ido escribiendo en sus viajes y los publicó en un libro llamado “Las Pampas y los Andes”. Se muestra como un observador objetivo, detallista y sobrio y no tenemos razón alguna para poner en duda la credibilidad de lo que nos describe.

Para uno de sus viajes a Mendoza y Chile su viaje contrata un experimentado guía que ya había hecho muchas veces ese recorrido. Se aprovisionaron de pocas cosas porque la carne y el agua la encontrarían en el camino. Había vacas por todas partes y la más de las veces se sacrificaba un animal solo para aprovechar apenas una pequeña parte de su carne; el resto se descartaba para las aves y animales carroñeros. Esto era lo normal y por eso cualquiera podía hacerlo las veces que le fuera conveniente. Mientras el capitán dormía en el carruaje, su guía lo hacía en el suelo sobre un cuero junto a una de sus ruedas.

El obligado paso por Santa Fe pone a este inglés en contacto con una realidad que no imaginaba: la falta de seguridad debida a las correrías indígenas y la desolación que sembraban. Este problema era muchísimo más grave en la provincia de Buenos Aires y Sur de Córdoba, donde los malones eran mayores y constantes. En Santa Fe eran más reducidos y más ocasionales; sin embargo la crueldad no tenía límites.
A partir de ahora trascribiré en forma absolutamente textual las impresiones de este capitán sobre la vida de cualquier persona que viviera fuera de la ciudad de Buenos Aires.

“Santa Fe ha sido tan constantemente saqueada por los indios, que no hay ganado en toda su extensión, y la gente tiene miedo de vivir allí. A derecha e izquierda del camino, y en distancia de treinta y cuarenta millas, en ocasiones se ven los restos de un ranchito quemado por los indios, y al pasar galopando el gaucho (su guía) relata cuanta gente fue asesinada en cada uno; cuántas criaturas matadas; y si las mujeres fueron muertas o cautivas. Las antiguas postas están también quemadas; se han levantado nuevas al lado de las taperas, pero lo tosco de su construcción indica lo inseguro de la posesión.”

“Estos ranchos están solamente ocupados por hombres que, generalmente, son también ladrones; pero en pocos casos viven con sus familias. Cuando se piensa el horrible destino que ha tocado a tantas pobres familias de esta provincia, y que en cualquier momento pueden volver los indios, es realmente espantoso ver mujeres viviendo en tan espantosa situación; imaginar que estén ciegas y desprovistas de experiencia; y apena ver a numerosas e inocentes criaturas jugando en la puerta del rancho, donde pueden ser todas masacradas, inconscientes del destino que les toque, o de las pasiones humanas, sedientas de sangre y vengadoras.”

“Estábamos en el centro de este país horrible; siempre cabalgaba unas cuantas postas por la mañana, e iba con un gauchito de 15 años, santafesino; su padre y madre habían sido asesinados por los indios; a él lo salvó un hombre que había huido a caballo llevándolo, pero entonces era una criatura y nada recordaba.”

“Pasamos por una tapera que decía haber pertenecido a su tía; dijo que hacía dos años estaba en esa choza con su tía y tres primos mocetones y que mientras todos conversaban, un muchacho venía al galope desde la otra posta y al pasar por la puerta gritó: ¡los indios!, ¡los indios!; que él corrió a la puerta y los vio venir en dirección al rancho, sin sombreros, desnudos, con largas lanzas, golpeándose la boca con la mano de la rienda y dando alaridos que, según él, hacían temblar la tierra; decía que estaban dos caballos afuera de la puerta, enfrentados pero desensillados; que saltó sobre uno y se alejó al galope; que uno de los jóvenes saltó sobre el otro y lo siguió como veinte yardas, pero que luego dijo algo acerca de su madre y regresó al rancho; que, cuando llegó allí, los indios rodearon el rancho, y que la última vez que vio a sus primos estaban en la puerta cuchillo en mano; que varios indios lo siguieron más de una milla, pero que montaba un caballo “muy ligero, muy ligero”, decía el muchacho; y mientras galopábamos, aflojaba las riendas y lanzándose adelante, sonreía mostrándome la manera como escapó, y luego, poniendo su caballo al galope corto, continuó su historia.”

“Decía que cuando los indios vieron que se les alejaba, se volvieron; que él se escapó, y cuando los indios dejaron la provincia, lo que sucedió dos días después, regresó al rancho. Lo encontró quemado y vio la lengua de su tía pegada en un poste del corral; el cadáver estaba dentro del rancho; un pié separado del tobillo y, al parecer, se había desangrado hasta morir. Los tres hijos estaban afuera de la puerta, desnudos, los cuerpos cubiertos de heridas y los brazos acuchillados hasta el hueso, con una serie de tajos distantes entre sí una pulgada, desde los hombros hasta la muñeca.”

“Parece que los indios… a veces invaden a los “cristianos”, como los gauchos se llaman a sí mismos, con dos fines: robar ganado y por el placer de matar gente; y también parece que no hacen caso del ganado por masacrar a sus enemigos.”
“Cuando invaden, generalmente marchan de noche y se ocultan en los bajos durante el día; o, si lo hacen, se agachan escondiéndose casi en la barriga del caballo, que así parece sin jinete y suelto. Generalmente se aproximan a los ranchos por la noche a todo galope, con su alarido usual, golpeándose la boca con la mano; y este grito para intimidar al enemigo, continúa durante toda la horrible operación”.

“Lo primero que hacen es incendiar el techo del rancho, y casi demasiado horroroso es imaginar lo que deben ser las sensaciones de una familia cuando, producida la alarma por los ladridos de los perros, que los gauchos tienen siempre en gran número, oyen primero el alarido salvaje que anuncia su destino, y un instante después encuentran que el techo arde sobre sus cabezas.”
“Así que la familia se precipita afuera, como naturalmente tiene que suceder, los hombres son lanceados por los indios con lanzas de 18 pies de largo, y luego que caen los desnudan, pues los indios, que son muy aficionados a incautarse de la ropa de los cristianos, y cuidan de no deteriorarla con sangre. Mientras unos atacan a los hombres, otros la emprenden con los niños y literalmente los ensartan en la lanza y los levantan para que mueran en el aire”.

“Atacan también a las mujeres y sería cuadro verdadero pero horroroso describir su destino cuando se decide al brillo momentáneo que las llamas del techo proyectan sobre sus rostros. Las feas y las viejas son inmediatamente sacrificadas; pero las jóvenes y bellas son ídolos que detienen aún la mano implacable del salvaje. Sepan o no andar las muchachas son subidas inmediatamente a caballo, y cuando concluye el saqueo apurado del rancho, se alejan de las ruinas humeantes y del hórrido espectáculo que las rodea”.
“A paso desconocido en Europa, galopan por los campos sin senda que tienen por delante, se alimentan con carne de yegua, durmiendo en el suelo, hasta llegar al territorio indio, donde tienen que adaptarse inmediatamente a la vida salvaje de sus captores”…

“En la provincia de Santa Fe, pocas postas son fortificadas para proteger a los habitantes contra los indios. El fortín es sencillísimo. Los ranchos están rodeados con una zanja, a veces cercada del lado de adentro con una fila de tunas. Generalmente he podido saltar la zanja a pié, pero ningún caballo del país intentará saltarla.”
“La mayor parte de los fortines han sido frecuentemente asaltados por los indios, y miré con mucho interés uno que había sido defendido casi una hora por ocho gauchos contra setecientos indios. El ganado, las mujeres y familias con chicos estaban adentro de espectadores de la lucha que tanto les importaba, y me describían sus sensaciones con gran naturalidad y expresión.”

“Decían que los indios se acercaban a caballo hasta la zanja con alaridos terroríficos y que, no pudiéndolo pasar, el cacique al fin ordenó echar pié a tierra y bajar la tranquera. Dos habían desmontado, cuando el mosquete que tenían los gauchos, y que antes siempre había errado fuego, disparó y mató a uno de los indios. Entonces, todos se retiraron al galope; pero en pocos segundos el cacique los volvió a conducir con gritos terribles y a carrera indescriptible. Se apoderaron de su camarada muerto y luego huyeron dejando dos o tres lanzas en el suelo.”

“Una de las largas lanzas estaba apoyada contra el rancho, y como los gauchos que habían defendido el fortín estaban cerca de ella, arrebozados en sus ponchos, dos o tres mujeres amamantaban a sus hijos, varios chicos jugaban a su derredor, y tres o cuatro lindas muchachas los miraban, pensé que la lanza era uno de los trofeos militares más espléndidos que hubiese contemplado en mi vida”.
“Nunca pude saber si alguno de estos fortines había sido tomado por los indios, que a pie nada pueden hacer, y cuyos caballos no pueden saltar; pero las zanjas son tan planas y angostas, que, matando pocos caballos y echándolos adentro, se podría en dos minutos entrar a caballo por cualquier parte”…

“Para gente habituada a las pasiones frías de Inglaterra, sería imposible describir el odio salvaje, inveterado, furioso que existe entre gauchos e indios. Los últimos invaden por el extático placer de asesinar cristianos, y en las luchas que tienen lugar entre ellos la misericordia es desconocida. Antes de darme exacta cuenta de estos sentimientos, iba galopando con un gaucho de lindísima postura que había peleado con los indios, y después de oír su relación de muertos y heridos, se me ocurrió, muy sencillamente, preguntarle cuantos prisioneros habían tomado. El hombre contestó con un aspecto que nunca olvidaré: apretó los dientes, abrió los labios, y luego, haciendo un movimiento de serrucho con los dedos sobre la garganta desnuda, que duró medio minuto, inclinándose hacia mí, con sus espuelas que golpeaban el costado del caballo, me dijo con vos profunda y ahogada: “se matan todos”…… (Los indios) “estuvieron dos veces a cinco leguas de Buenos Aires cuando me encontraba en el país…” Hasta acá las citas del Capitán F. B. Head.

Muchos argentinos hablan pestes de J. A. Roca porque creen que les da distinción intelectual, pero resulta ridícula la conclusión a la que llegan: todos los indios eran buenísimos y los cristianos malísimos. La realidad fue mucho más compleja. La fábula progre solo mira, y con poca honestidad, las innegables penurias que los aborígenes sufrieron cuando la marea de violencia se revirtió, pero ignora por completo el inmenso dolor que por décadas ellos habían causado. Por supuesto que una cosa no justifica la otra, pero al menos la explica. Las cosas son como son. Desde la tribuna resulta muy fácil decir lo que se debería haber hecho para ganar el partido. Estar en la cancha es otra cosa, y para eso el Presidente Avellaneda confió en Roca.

Toda guerra es una terrible tragedia y por eso es tan importante evitar que los conflictos escalen, cosa que con los mapuches hoy no está sucediendo. El gobierno al no poner reglas claras e indiscutibles está facilitando el agravamiento del conflicto. Si bien algunos de sus reclamos pueden ser atendibles, es completamente inaceptable que rechacen las leyes y la Constitución Argentina y el gobierno nacional no reaccione. ¿Será necesario que alguna machi declare que El Calafate y sus hoteles son tierra sagrada y ancestral mapuche para que el gobierno nacional tome las cosas con responsabilidad?

Al no atender el problema, están facilitando su agravamiento. Y cuando finaliza el tiempo del diálogo y los acuerdos, comienza el tiempo de la inevitable guerra y en la guerra impone su voluntad el que demuestra más fuerza y violencia. Solo con la estricta aplicación de las leyes se evitarán los sufrimientos y la muerte. Solo el diálogo y los acuerdos hacen innecesarias las guerras. Luego ya será tarde.
Estamos aún a tiempo para evitar un nuevo enfrentamiento entre indios y cristianos… pero hay que querer hacerlo.

Nota: Profesor Humberto Guglielmin – guglielmin.humberto@live.com

Fotos: La Prensa – Buenos Aires Historia – Todo Coleccion – Revista Gallo – Revisionistas

 

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