ENTREVISTA A UN ATEO

Nota: Profesor Humberto Guglielmin –

Vitaky Lazarevich Guinsburg fue premio Nobel de Física del año 2003. Lo compartió con otro ruso, Alexei Abricosov y con el británico Anthony Leggett por sus descubrimientos de los superconductores y de los superfluidos, fenómenos que solo se producen a -273°c, la temperatura más baja que puede darse; también conocida como el ”cero absoluto”.
Los estudios de estos científicos hicieron que fueran posibles, entre otras aplicaciones, la resonancia magnética. Guinsburg era además el jefe del grupo de teóricos del Instituto Lebedev de Moscú.

Si bien lo suyo es la física, está también interesado por aquellas realidades que escapan a las lentes, a los números o las reacciones físicoquímicas; aquellas cosas inasibles cuya existencia o realidad es posible o tal vez probable o incluso, para muchos, cierta. Por supuesto se declara materialista y ateo, lo que no impide que por momentos sus convicciones parezcan flaquear. Lo preocupan enigmas como: ¿La realidad comienza y termina en solo lo que es material?, ¿Cómo puede ser que algo inmaterial como el pensamiento sea producido y tenga su origen en el cerebro, que es material? ¿La materia puede mutar en una realidad no material? ¿El orden que se observa en la naturaleza es resultado del desorden, del caos, o establecido por un supremo ordenador?

V. L. Guinsburg es también presidente de la “Sociedad de los Humanistas Laicos” (materialistas y ateos). Pero a pesar de ello, según consignó el periódico italiano Corriere della Sera del 20/ VIII/07 el papa Juan Pablo II lo había invitado a Roma para tener una conversación privada pero, por motivos que no aclaró, prefirió no ir. A pesar de haber tomado esta decisión aclaró que “lo estimaba mucho (al Papa)y pienso que una conversación personal me hubiera enriquecido mucho; era un hombre extraordinario, abierto”…
Guinsburg fue duro al objetar las decisiones de la Iglesia Ortodoxa Rusa y del Patriarca Alexis II referidas al creacionismo y al evolucionismo. Hoy estará bramando de ira por la invasión de Ucrania ordenada por Putin, que la Iglesia Ortodoxa Rusa apoya. El periodista italiano Armando Torno tuvo la posibilidad de hablar con él de los temas que lo inquietaban más allá de la física. Aceptó hablar de temas religiosos que por momentos aparecían en su mente, y aclaró que no lo haría como académico sino como un hombre común. Si bien respondía como se esperaba que lo hiciera, parecía mostrarse como un ateo en estado deliberativo, sin certezas sobre los temas que había aceptado discutir, lo que habla de su gran inteligencia y apertura mental.

La reunión comenzó con Torno recordándole un estudio del diario “Izvestia” según el cual en Rusia el número de creyentes en Dios estaba en un franco aumento, tal vez como una consecuencia de las libertades permitidas por Gorbachov luego de la caída de la atea U.R.S.S. Guinsburg respondió que “ese tipo de estudios no merecen mayor credibilidad”… Torno le hace notar que, sin embargo, la convicción sobre la existencia de un Dios Creador de todas las cosas, siempre estuvo presente en la historia del hombre y tal vez hoy más que nunca… Su respuesta fue que “solo se trata de una idea histórica” y que debido a esa característica, le es intrínseca la diversidad de concepciones o imágenes que se tienen de la divinidad; de ahí los conflictos que, en nombre de Dios, se dieron a lo largo de los tiempos. Y basándose en esta realidad destaca el contraste entre la litigiosidad interreligiosa y la fraternidad que existe en el campo de las ciencias.

Torno observó que Guinsburg en su respuesta eludió, al menos parcialmente, responder sobre si la especie humana como tal, con excepciones solo individuales, siempre de una u otra forma creyó en una divinidad. En su respuesta, Guinsburg prefirió explayarse sobre las diversas concepciones, algunas francamente elementales o hasta repudiables, que sobre la divinidad tuvieron los diversos pueblos y culturas y que fueron las responsables de los males que él señala.
También eludió referirse a la concepción filosófica de un Ser Supremo, que por definición debe ser Eterno, Infinito, Creador de lo existente, Justo Remunerador y Providente, que está en la base de todas las religiones. Tampoco se explayó sobre si las diversas concepciones de la divinidad tienen que ver con las peculiaridades o diferencias culturales que existen entre los pueblos y su particular forma de expresar la religiosidad. Esas diversidades no son un argumento contra la existencia de Dios, sino contra la forma cultural de expresarla.

La causa habitual de esas diversidades es la tentación de la antropomorfización de Dios, la tentación de imaginarlo como si fuera un ser humano especialísimo, pero humano al fin. Y por eso la cultura religiosa popular de los pueblos suele imaginarlo teniendo las características culturales de cada pueblo, lo cual es una forma de atribuirle virtudes y defectos que por definición no pueden ser atribuidos a la divinidad. Esa es una forma de crear una divinidad semejante al hombre, cuando en realidad es el hombre el que tiene algunas semejanzas con la divinidad como por ej. la capacidad de pensar y crear.

Luego Torno le recuerda a Guinsburg que su amado Dostoievsky, a través de Iván Karamasov, afirmaba que “si Dios no existe, todo está permitido” dando a entender que es el último fundamento de la moral y el derecho, y que si no existiera reinarían las pasiones y el caos. Si Dios no existiera nada sería inmoral, todo estaría permitido.
La respuesta fue que “Dostoievsky es la expresión perfecta del absurdo s. XIX y que “los valores generados por la civilización como no matar, no robar etc., no pueden ser acreditados a la religión, sino que son conquistas compartidas por toda la humanidad”… Dostoievsky había querido destacar que la existencia de Dios no solo es una realidad sino también una necesidad, puesto que la convicción de que existe un Supremo Remunerador que nos juzgará más allá de la muerte, es un fuerte refuerzo para mantenerse en la senda del bien.

En el libro de Job (28,28 y ratificado el Proverbios 1:7 y Salmos 111) está escrito que “El temor del Señor es la sabiduría y huir del mal, la inteligencia”. La idea del miedo a Dios como el comienzo de la sabiduría parecería insuficiente; debería ser el amor. Sin embargo, dada nuestra condición humana, esa afirmación no deja de ser muy realista. Para la gran mayoría el verdadero motivo que la lleva a no delinquir es el temor a la justicia… todos sabemos que no hay que contaminar la Tierra porque la amamos, pero es el temor a las consecuencias de una contaminación generalizada, lo que motoriza con fuerza el cuidado del planeta.

Todo el mundo sabe que no hay que robar o matar, pero tendrá menos inconvenientes en hacerlo quien no cree en una justicia más allá de la muerte, porque el temor a Dios es un fuerte disuasivo. Por supuesto que hay personas que siendo religiosas son también delincuentes, pero este hecho demuestra que las convicciones religiosas de esas personas son solo un barniz, una máscara. Y al contrario, también están las personas que dicen no creer en Dios pero que con sus actos están cumpliendo en formo inobjetable sus 10 Mandamientos. Un buen cristiano por definición no puede ser delincuente, porque si lo fuera dejaría de ser un buen cristiano al no respetar los Diez Mandamientos. Creer en Dios implica, tanto proclamar su existencia como cumplir fielmente sus mandamientos.

Guinzburg avanza diciendo que a su entender hubo tiempos en que robar y matar eran conductas toleradas y no condenables, y que fue el paso del tiempo y la influencia de los pensadores sociales lo que poco a poco fue llevando a la humanidad a rechazar esas prácticas.
Son muchos los que piensan como Guinzburg pero, otros tantos creen que el hombre siempre supo que robar y matar era malo y condenable. Pero lo hacía lo mismo. Hoy, en cambio, sabemos perfectamente que robar y matar es malo ¡pero lo hacemos lo mismo! Tal vez en forma más masiva y con el agravante que no nos asiste ningún atenuante. Saber diferenciar lo bueno de lo condenable, no implica necesariamente que optemos por lo bueno. Esta realidad es una prueba de la insondable fragilidad del hombre, ante la que la ciencia poco puede aportar. La sola información de que las leyes deben ser respetadas no nos convierte en buenos ciudadanos. La influencia de los pensadores muestra sus límites.

Más adelante el periodista italiano le recuerda un titular de “Literaturnaia Gazeta” que decía que “Hoy el ateo (en Rusia ) se ha tornado en una rareza digna de incluirse en el libro rojo de las especies en extinción”.
Guinzburg en su respuesta aportó que “el ateísmo tiene un sólido fundamento en las ciencias, pues lo único, seguro e innegable es lo que ellas empíricamente pueden demostrar. Lo que está más allá del método científico no puede ser tenido como cierto.” “No existe por lo tanto fundamento suficiente para afirmar la existencia de Dios. Quien dice creer en Dios está haciendo un juicio basándose únicamente en la intuición. Las ciencias, gracias a la observación de los fenómenos de la naturaleza y a los experimentos científicos nunca se aleja de la realidad. La religión en cambio, se basa en nociones que chocan con las comprobaciones científicas de laboratorio, que pueden repetirse con idéntico resultado las veces que uno quiera. Y de esas comprobaciones no surge que Dios exista”…

La ciencia ha tenido éxitos tan contundentes y generalizados que se ha vuelto soberbia y arrogante y pretende tener la respuesta indiscutible a cualquier interrogante, de la naturaleza que fuere. Menosprecia cualquier conocimiento no empírico. La ciencia se ha endiosado a sí misma y reclama sumisión y obediencia a sus creyentes.
Algunos científicos han mutado a cientificistas –adoradores de las ciencias- y se creen autorizados a opinar incluso sobre temas que escapan al método en el que se basó su prestigio. Sin embargo: ninguna comprobación de laboratorio puede decir nada valioso sobre la existencia o inexistencia de Dios, dado que el método científico trabaja sobre realidades materiales y Dios no es material. El laboratorio no puede afirmar ni negar nada sobre Dios.
El argumento más difundido en todos los pueblos del mundo para afirmar la existencia de Dios, es a través del menos científico de los medios de conocimiento: la intuición. Se trata de una forma prefilosófica y no racional de conocimiento, que sin embargo es la más utilizada en nuestra vida diaria. No somos tan racionales como dice la definición filosófica del hombre. La intuición fue la vía preferida por Freud para sus investigaciones sobre la sicología humana y sus aportes no son precisamente despreciables.

Gracias a la intuición tenemos una inmediata percepción sobre la realidad de una cosa, sin pasar por el frío tamiz de la razón; no necesitamos la etapa de las pruebas demostrativas. El prestigio de la intuición entre los científicos es nulo, pero sin embargo, ellos cuando abandonan el laboratorio renuncian a esa convicción y se guían por la intuición como cualquier hijo de vecino, por ej. al iniciar una nueva amistad, al juzgar los méritos propios o ajenos, al ir a la carnicería y optar por un corte u otro o al momento de despedir a una persona querida que ha fallecido. El amor y el odio son irracionales, pero dominan nuestra vida. El juicio y el prejuicio son de uso diario y no son científicos. La elección del novio o novia es una decisión completamente irracional porque se basa solo en la intuición, pero no por eso será necesariamente un error. Al contrario, esa forma de elección es la preferida por todo el mundo.

La vía de la intuición es la forma más difundida de descubrimiento de la divinidad. Es un conocimiento certero y súbito al que se llega sin necesidad de pruebas rigurosas, porque no las necesita ya que ese conocimiento, así adquirido, le es suficiente. La intuición evita las conceptualizaciones porque no las necesita y porque sería muy difícil de traducir en palabras. Nadie fundamentaría en forma científica las razones por las que una persona elige a otra para amarla toda la vida. La intuición lo hace innecesario.
A comienzos del año 1700, el compositor veneciano Benedetto Marcello, inspirándose en el Salmo 19 compuso un bello motete cuya letra dice: “La inmensidad de los cielos cantan la gloria de Dios y el luminoso firmamento muestra sus maravillosas obras. ¡Qué admirables son las obras de sus manos!” Para un cientificista esta letra puede no significar absolutamente nada, pero para la mayoría de las personas lo que dice esa letra es un claro reconocimiento de la existencia de Dios demostrado a través del sorprendente mundo de lo creado.

El gran filósofo francés Jacques Maritain en su libro “Búsqueda de Dios,” es quien con más convicción afirma que es la intuición la que mueve las multitudes a creer en la divinidad. Para la gran mayoría, con solo ver las maravillas de la creación alcanza para intuir la existencia de un Creador. Es por eso que las otras vías para llegar a descubrir la existencia de Dios no resultan necesarias. La intuición las sustituye.
No existiendo ninguna prueba que la ciencia pueda presentar a favor o en contra de la existencia de Dios, debemos concluir que también para los ateos la afirmación de que Dios no existe, es solo una intuición. Si critican a los creyentes porque su creencia tiene poco sustento científico, la posición de los ateos tiene el mismo nivel de fundamentación y credibilidad, solo la intuición.

Nota: Profesor Humberto Guglielmin – guglielmin.humberto@live.com

Fotos: Wikiquote – Toprwar.ru – Anankenews

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