CASO VITALINI: ¿DEL “ACUERDO DE CABALLEROS” AL PACTO DE IMPUNIDAD?

Hubo un tiempo en que quienes pretendían ser considerados “caballeros” regían sus actos desde una moral irreprochable, situada incluso por encima de cualquier norma escrita, sin necesidad de rúbricas o compromisos escritos, con la propia trayectoria y el recto proceder como suficiente aval y garantía.
También eso tambalea en esta ciudad que se empeña en decaer hasta abismos de miseria humana insondables.
Es que estamos en manos de quienes creen que “los pactos de caballeros” son para “cagarse en la ley” y demostrar que todos somos iguales pero algunos se sienten (¿o se creen?) más iguales que otros.
Y si esos pactos no se concretan, hay que tratar de tapar la macana, y cuentan para ello con complicidades y sumisiones de todo tipo de parte de otros que, está visto, no se animan a tirar la primera piedra, no sea cosa que alguna vez les toque a ellos.

De otra manera no se podría explicar que, a más de una semana de haberse corroborado con toda contundencia lo deslizado primero a modo de chisme y de manera nada casual, el gravísimo hecho sucedido el viernes 14 de agosto en dependencias de la Departamental de Policía, desde un sistema informativo pautado por el municipio no se haya tenido la elemental dignidad de intentar el testimonio del principal implicado en el hecho, el concejal Nicolás Vitalini.

Silencios atronadores, que suenan a confesión y hacen crujir fétidas estructuras. No es que se intentó y no se obtuvo. Que algún valiente cronista se apostó en los lugares que el presidente del bloque oficialista debe frecuentar y lo atoró con la pregunta. Nada de eso. Peor aún, para otros medios directamente no sucedió nada, ni siquiera una mención al hecho inquietante de que uno de los nombres propios más relevantes del oficialismo local se apersonó ante la máxima autoridad policial del distrito para reclamar la devolución “sottovoce” de una cuantiosa cifra de dinero supuestamente dos veces sustraída unas horas antes, primero por ladrones a mano armada y luego, según sus fuentes bien informadas (¿cómo sabía esas cosas?) por efectivos que habrían recuperado el botín pero “no todo” y se habrían quedado con una pequeña comisión de 150 mil dólares y una computadora conteniendo información muy valiosa de un estudio contable muy vinculado a manejar cuentas de funcionarios varios.
Bisturí de cuatro filos, escribió García Lorca alguna vez. Tremendo abrojo que pincha por donde sea que se lo quiera agarrar…

¿Alguien se va a animar a preguntarle a Vitalini por el tema? Porque si no lo hacen tal vez queden inhabilitados para siempre para señalar con el dedo acusador cualquier otro tema de los muchos que seguramente sobrevendrán.

¿No es menester saber qué piensa al respecto el intendente de la ciudad y puede suponerse, superior del implicado en el hecho?
Comentan azorados quienes por abajo hablan del tema que Vitalini anda por los rincones quejándose de una supuesta “falta de códigos”, qué esto no se hace, que no se pueden ventilar así actos de la vida privada (¿justo ellos?) y que lo que ocurrió, ocurrió en su rol de abogado o de hermano pero no de concejal.

¿Muchos abogados de damnificados por robo consiguen con apenas un llamado ser recibidos por la máxima autoridad policial de la región?

¿O estamos ante una versión vernácula de la historia del doctor Jekyll y Míster Hyde que le permite a Vitalini disociar su rol de concejal y de abogado, al punto de defender la ley, escribirla y defenderla cuando está en el primero y pasársela por el trasero cuando ejerce el segundo?
Lo cierto es que el tema pone en cambio a unos cuantos y a medida que pasan las horas, a falta de asumir la situación cómo sería sí de “caballeros de los de antes” y no de los de ahora, se acumula material combustible como para hacer arder una hoguera de consecuencias impredecibles, en la medida que no prime una cuota de sensatez.

¿El problema es de un concejal o pasó a ser de todos los concejales, sin distinción de partidos? ¿Es del intendente municipal, quién suele jactarse de la transparencia de su gestión? ¿Es del fiscal interviniente, en cuyo poder obra un informe suscripto por tres autoridades dando cuenta del posible cometimiento de un delito? ¿Es del periodismo bahiense que mira para otro lado o pone el ojo hasta límites obsesivos según le permitan, le indiquen o le convenga?
Mientras Vitalini no explique y nadie le pida explicaciones, casi podría decirse que el problema es de todos, como antesala del que podrían tener los comisarios Aldo Caminada y Gonzalo Bezos y el representante del Ministerio de Seguridad Federico Montero (el primero y el tercero actualmente en recuperación por infección de Covid-19)

El superintendente Caminada en el ojo de la tormenta: O miente él o miente Vitalini. La justicia debería tener la última palabra.

si se llegara a comprobar que ellos dijeron y firmaron una mentira, como podría desprenderse de la declaración que la familia damnificada por el robo habría efectuado en sede judicial en la que indicaron que nunca tuvieron la menor sospecha sobre que la policía pudiera haberse quedado con algo que era de ellos y sólo concurrieron a hablar con el “capo” regional de la Bonaerense para mostrarles su temor y pedirle que se extremen los cuidados para que algo así no vuelva a ocurrir, pero nunca hablaron del dinero que supuestamente les faltaba ni menos que menos de la computadora que guardaba datos sensibles.

El tema es que al decir eso ante el mismo fiscal ante quien se informó por escrito lo que se informó, los deja como unos mentirosos ante una sociedad que necesita que quienes la cuiden tengan, al menos una cuota de credibilidad.
Mientras tanto, acaso como cortina de humo, se sigue batiendo el parche con el papelón de otro concejal como Federico Tucat, quien fiel a su vocación por la variedad temática, se habló encima en un zoom partidario sin saber que sus propios correligionarios lo engancharían de su pico a prueba de todo, para pasearlo y ridiculizarlo en las redes sociales, empezar a dirimir la interna y ya que estamos, propiciar una peleíta que distraiga la atención del otro tema.

A no confundirse: lo de Tucat dio vergüenza ajena, pero no conlleva mayores peligros que la reiteración del escaso nivel intelectual de muchos advenedizos de la política dispuestos a ponerse cualquier camiseta por un cargo y un sueldo.
Lo de Vitalini es mucho más grave y requiere de una determinación y un sentido de la responsabilidad que no se están viendo y cuya ausencia hacen tambalear varias estructuras, ya bastante corroídas, al mismo tiempo: política, justicia, fuerzas de seguridad y periodismo.
La espiral de sinsentido que embarga a la cosa pública bahiense nos deja, a quienes intentamos mirarla un poco más allá de un centímetro de profundidad, muchas veces sin palabras.
Entonces no queda más remedio que volver a otras ya dichas. Hace una semana, cuando nos referíamos al escándalo del nombramiento como funcionario de Rubén García (dicho sea de paso otro al que nadie se ha tomado la molestia de preguntarle nada sobre su nombramiento) hacíamos referencia al recordado Francisco Lamolina, un árbitro de fútbol de los ’90, cultor de una escuela de referato denominada como “Siga-Siga”…

El tema es que algún joven lector de estos envíos que circulan cada vez más casi como un mensaje revolucionario o un símbolo de resistencia y como ya hemos dicho son leídos con lupa a uno y otro lado del mostrador, nos preguntó quién era el tal Lamolina y por qué la mención.
La cuestión es que la atribulada realidad bahiense nos vuelve a dar una oportunidad de explicarlo y, de paso, relacionarlo con los hechos que motivan esta reflexión.
Lo concreto es que había una falta en mitad de cancha y Lamolina hacía un gesto característico: “siga… siga”.
El tema es que el “fouleado”, molesto por la impunidad de la que había sido víctima, al siguiente ataque cobraba venganza y Lamolina, para intentar ser justo, volvía a aplicar el “siga-siga”.

Y así hasta que se desencadenaba una batalla campal y entonces al tal “Pancho” no le quedaba otra que sacar por fin una tarjeta para recuperar el control del cotejo… una tarjeta con un indisimulable tufo a injusticia.
Entonces venía el capitán del equipo del expulsado y argumentaba no sin una cuota de razón: “Nosotros le fracturamos la tibia y el peroné al siete rival, sí… ¿pero usted no vio cuando el tres de ellos le dejó los tapones marcados en el paladar al once nuestro?”.

Sirva esta evocación como reclamo o advertencia ante la situación planteada en torno al concejal Vitalini: si es responsable de lo que se le endilga o si es inocente y está siendo mancillado en su honor, lo que no se puede es correr el riesgo de que el tema “siga-siga” a ver si pasa y se desvanece.

Este detallado informe obra en poder de la fiscalía del doctor CONTI que es uno de los que no puede mirar para otro lado

Porque esto que anda dando vueltas es muy pero muy serio, tanto si llega a ser cierto como si no lo es.
Si no lo leen “motu proprio” seguramente no faltará algún alcahuete que le haga llegar estas líneas al intendente, a los concejales, a los policías, a los periodistas y a los fiscales.

De todo corazón, ojalá tomen nota, en prevención de males aún mayores, como sería reducir a la vida institucional de la ciudad a la condición de farsa irreversible e irrecuperable, sin contar la multiplicación y la profundización de desconfianzas tanto para con la Justicia como con las fuerzas del orden que deberían velar por nuestra tranquilidad.

¿O se puede estar muy tranquilos en una ciudad donde se escribe, en un informe elevado al intendente y que obra en poder de la justicia que un concejal le fue a pedir al jefe de policía que le devuelvan las 150 “lucas” verdes que supuestamente se quedaron sus muchachos y ofrece a cambio no decir nada donde y como corresponde, tan amigos como siempre y aquí no pasó nada?

Nota: Equipo de periodistas de Investigación para Ático

Fotos : Propias, web, la Nueva, Agencia Paco Urondo

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