Andrés Romero: Apasionado samaritano de los relojes de las torres

Y como un héroe de una película de intrigas, Andrés Romero, -sin escalas-, trepa los peldaños y escruta el misterioso enredo que la tecnología ancestral guarda en las entrañas de los relojes de las torres. Desafiante, sin temer siquiera, .aquello que un personaje de una obra del comediógrafo Plauto, sentenciara 200 años antes de Cristo “Qué los dioses maldigan al primer hombre que descubrió cómo señalar las horas”.

Una infancia marcada por la curiosidad extrema, sin límites, jamás pasiva e inspiradora, de hecho, “yo destripaba todo lo que encontraba para ver que tenían en su interior las cosas”. Una vez desvelada la intriga, -resultaba tranquilizador-, las retornaba sin un traspiés a su estado anterior. “En el mayor de los casos yo ponía el acento en la búsqueda de técnicas más avanzadas. Mis padres me apoyaban, dejándome hacer”.
A todo esto, no le bastaba con los trenes y mecanos. Las cosas viejas de la casa, y las no viejas también. Tampoco la bicicleta se salvaba. En otro orden del placentero pedalear por la vereda, “la bicicleta poseía algo bastante atractivo para mí, teniendo en cuenta que es una fuente inagotable de estudio porque para un chico que recién empieza, la cuestión de las cadenas, bolillero, ruedas engranaje, sentido de la estabilidad que hoy en día hasta es difícil describir desde el punto de vista físico matemático.

“Las máquinas me generaban un atractivo muy especial, los motores de los autos, los mecanismos complicados me resultaban sumamente interesantes. Cualquier máquina.
Inclusive más tarde arreglaba todo elemento que por el uso o alguna falla dejaba de funcionar”

Dada su temprana edad, su voluntad explosiva en función de conocimiento, justificaba los avances. “Recuerdo haber desarmado parte de un auto e intentar arreglarlo. Al principio no podía, pero luego, salía bien”. Acaso sin saberlo, diagramaba ya, su futuro. “Leía mucho investigaba, preguntaba. Me dirigía al taller de la vuelta de mi casa a ver que me decían de ciertas cosas relacionadas con lo que me disponía abordar”.
Esa preparación no formal fue abriendo espacio a futuras posibilidades.

“Pero no sólo ese mundo de más abajo, con sus mecanismos complejos. Solía caminar por donde visitaba y me atraían los frentes de los edificios, los ornamentos, todo eso que componían en las alturas la arquitectura de la ciudad” Esta vez, ampliaba hacia arriba su mirada, dando especial atención a aquellos íconos del tiempo que son los relojes de las torres. “Así que por tanto mirar para arriba, me he chocado algún poste, tropezado con alguna señora mayor. Me caí en un pozo. Bueno, es lo que les pasa a los chicos distraídos, -detalla riendo-. Me empezaba a plantear, respecto a que ya la gente no miraba para arriba. Además para consultar la hora tiene su propio reloj. ¿Qué hay detrás de las agujas. Muchos de ellos tienen 200, 300, 400 años, hay quién se ocupa de ellos?”

Después el Industrial. No fue azarosa su elección, nada de eso, más bien legitimaba, abonando a todas luces su vocación.
“El Colegio Industrial me resultó fantástico –reconoce-. Creo que después todos los que fuimos ingenieros pasamos por el Industrial. Buen formador, es digno de destacar, para aquellos que tenían la vocación definida era una maravilla, por su buen sistema para abordar la universidad”.
Sin embargo, un tanto curioso, para ciertas miradas fue el viraje donde al parecer, la lógica fallaba: El pibe que venía adosado con condimentos que lo inclinaban visiblemente hacia la tecnología, daba un salto a Buenos Aires para allí realizar la carrera de Óptica y Contactología en la UBA. Para luego y como en estos momentos también, volcar esa profesión junto a su padre – conocido óptico y contactólogo- que desde hace años se desempeña en un espacio céntrico de Bahía Blanca.

Todo bien, pero no lo era todo para Andrés Romero, seguidamente realizó otra carrera en la Universidad Tecnológica Nacional, egresando como Ingeniero Electrónico.
Pero la idea de la horología habitaba en él sin aun, perder su fuerza. Se fue formando en tal sentido. Hasta qué trazando un zigzagueante raid de encuentros dio con enriquecedores contactos. Con cierta frecuencia, colgaba su chaqueta blanca para estar a pocas horas después, perfeccionándose en el circuito europeo. Así surgía su accionar, adquiriendo avanzados conocimientos. También los libros le rendían como la revista que recibe, -especializada- que viene siendo editada desde hace 150 años.

Andrés E Romero es Ingeniero Electrónico, Óptico, Docente Investigador Universidad Tecnológica, Profesor adjunto Óptica Oftálmica111, Profesor adjunto Montaje Mecánico de Precisión, Honary Member Briteish Horological, Instituto (Hon MBHI)
investigador y miembro desde 2012 del Instituto Británico de Horología que es la entidad más encumbrada al respecto. Es más, sobre el tema, ofició como traductor de un libro. Cúmulo que ensancha las experiencias del múltiple Andrés, que con su llamativa pluralidad que en paralelo, confluye invariablemente, en el factor estrella: La precisión.

¿A todo esto, qué es la Horología?

“Se trata de la ciencia que estudia todo lo que tiene que ver con la medición del tiempo. Es que sean relojes y todas las cosas que involucra esa función, están más cerca de la ingeniería que de lo que habitualmente llamamos relojería. El contexto del reloj en sí, implica una serie de aspectos físicos y matemáticos.

Técnicas constructivas, dispositivos toda la mecánica que rige la medición del tiempo. Lo mío, lo que más me llama la atención es lo relacionado mayormente son los relojes mecánicos, particularmente los relojes grandes, son los relojes de las torres que requieren otros estudios, métodos, técnicas. Sin el blindaje de ideas comunes”.

Asegura también que la práctica de la relojería o de la horología requiere de un estudio profundo. “Uno puede remendar, o reparar pero está muy lejos de crear un reloj e interpretar todos los aspectos físicos que forman parte de esa máquina para la que fue hecha, entonces ya requiere un estudio más concienzudo y herramientas el manejo de ellas, también.

Con precisión, sin despilfarrar palabras ni alardes tal es clásico en él, como si se tratara de una tarea común y corriente, Andrés Romero, cuenta a modo de un samaritano, que cumple con su misión restauradora.. Entre otras cosas, señala que ”experimenté el placer de ascender al tradicional Bin Ben sumado al privilegio de darle cuerda al famoso reloj”. Muy a propósito: Andrés E Romero, fue el primer argentino y primer persona en el mundo de origen no británico de horología, (BHI), según consta en los de la centenaria institución.

Asistió a exposiciones privadas. “He ascendido a cuantas torres he podido. y visitó a castillos y abadías”.

Qué decir de las herramientas: “Muy particulares, muy precisas, específicas, raras, complicadísimas. Eran primero porque están hechas es profeso para una actividad tan delicada como pueden ser los relojes. Además porque son de por sí sumamente caras y a la gente le costaban adquirirlas. Por esa razón son difíciles de encontrar. En general un relojero reparador debía tener muchas herramientas.

Una vez un relojero mayor me dijo ‘me gustan los relojes pero más me gusta tener las herramientas’. Es la profesión de las 10 mil herramientas. Y por lo bajo me dijo yo las tengo. Eso sí, se pasó la vida coleccionando herramientas. Yo no tengo 100 mil, pero tengo varias. Y las disfruto en el país Pero esta tarea se ha reducido, prácticamente va desapareciendo.

Destaca que en nuestro país es poca la gente que la ejercita. Por tanto, la reducción de miembros acaso, los hace sentir como parte de una cofradía. “Naturalmente la actividad dejó de ser rentable nadie puede vivir reparando relojes como lo hacía antiguamente ante todo, los relojes eran mecánicos y había un gran mercado para eso.

En contra sentido, Andrés recalca que en Europa hay prácticamente de todo y mucho más de lo que uno se puede imaginar. Ellos condensan en cierto modo toda la información del mundo. Nunca se ha interrumpido, al contrario, se ha fortalecido.
Tienen un mercado para todo. El tipo de piezas que manejan son fantásticas son piezas únicas, hablamos de un millón de libras como nada y de ellos hay muchos. Para nosotros es astronómico. Son piezas únicas así como los cuadros también los relojes tienen su mercado.
Por supuesto, hay gran cantidad de relojes también los relojes de las torres que son los que a mí más me importan. Sin contar los de edificios públicos, en las iglesias de Inglaterra unos 60 mil relojes. Puedo dar un dato ilustrativo, en la Argentina, por dicho de mi amigo Alberto Selvaggi, que es el más conocedor de relojes se calcula que hay entre mil y mil quinientos. Muy buenos. El más antiguo data del 1600. Se encuentra en el Museo Histórico.

En 1992, Romero, conciente en su misión restauradora del reloj de la torre de la Iglesia Catedral de Bahía Blanca. Inició al respecto, la tarea de darle cuerda y mantenerlo en funcionamiento, durante más de 20 años de asistencia que ha reanudado recientemente, tras la instalación de nuevas escaleras de acceso a la torre. Tras un periodo en que por del pésimo estado de las centenarias escaleras de acceso a la torre, así como de las vigas de madera que sostienen las campanas, debió permaneció postergado su funcionamiento.

Para las personas que asisten a las serenas charlas de Andrés destinadas al público en general, -hay quienes, despojados de todo concepto tecnológico-, los relojes de las torres, seguirán teniendo algo así, como un sesgo romántico y altivo. Con toda la aureola que les donan los siglos y el carácter simbólico que han ganado romántico sitio en aquellas postales con que se expresaban las ciudades.

Blanca Visani

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*