Pequeñas anécdotas de la vida institucional bahiense (Un GPS para no perder la brújula)

EDITORIAL 135 (número anterior) –

Una mañana nos despertamos y en la radio no se hablaba de otra cosa que no fueran unas conversaciones telefónicas privadas entre personajes políticos de la ciudad, empresarios, dinero para la campaña y algunas intimidades. Las escuchamos con fruición, porque las pasaban en todos lados. En realidad, en casi todos lados, pero eso no nos importó. No le pudimos dejar de pegar el oído, pese a después, nada de eso valió.

Otro día, nos encontramos con que al frente del principal edificio de la ciudad, no estaba más aquel gordito, algo calentón, que aparecía en varias de aquellas conversaciones. Ahora había otro, también gordito, igual o peor de leche hervida, aunque con bastantes años menos y una valija sin desarmar en la que podía leerse Alemania. “¡Qué gesto!” pensamos.

Al tiempo, al nuevo habitante de Alsina 65 se lo dejó de ver y oír en directo por varios días, pero al mismo tiempo comenzó a aparecer en sucesivas imágenes cotidianas de TV, o en el diario, siempre con el mismo traje, igual corbata y cielo irremediablemente nublado. Cuando alguien descubrió donde estaba en realidad, apareció a las apuradas en una radio amiga y con la misma valija sin desarmar que decía Alemania. “Estuve 4 días afuera” les confesó. Pocos repararon en que en realidad, fueron 9, no 4.

Dos años más tarde, después de enternecernos con el Sapo Pepe, cantar con Palito y Pimpinela y babearnos con Sofía Zámolo, le volvimos a creer. Cuando la fiesta terminó, descubrimos que el novio se había ido con otro y nos dejó una cuenta para pagar de 15 palos. En lugar de Vicentico, vino uno parecido a Ricardo Montaner. “¡Yo sabía que no nos ibas a fallar!” le creímos, pensando que volvía aquel venezolano que una vez nos dejó colgados en Estudiantes. Pero no, no era Montaner. Igual, nos sentamos a esperar que algún día cantara.

Una mañana, nos despertamos y ya no estaban ni los micros rojos, ni los basureros violetas, que tanto nos habían costado. Se fueron rápido, aunque no tanto como aquellos que empezaron a saltar de un lado al otro del mostrador, con un pincel en la mano que chorreaba celeste. “¡Qué velocidad!, los elogiamos. Los “nuevos” llegaron con Carne para Todos, Pescado para Todos, Mariotto para Todos, pero al rato nomás terminaron poniendo cámaras de vigilancia hasta en el baño y haciendo desfilar un montón de patrulleritos nuevos. Plantaron un montón de árboles, para que no viéramos el bosque, pero no pudieron evitar que se les cayera uno encima de una nena. “Igual, la culpa es de los padres. ¿Qué hacía a esa hora por ahí?” sentenciamos.

Los que no perdieron el tiempo, en estos años, fueron dos muchachos. A uno, retacón, siempre tostado, de tubos importantes y que de la nada se apareció con una Hummer, le seguimos comprando esos papelitos que decían “factura”. Y también esas “camisetas”, “llantas”, “chips”, “alfajores”, “mortadela”, etc que nos decía vender. Le prestamos nuestros cuatriciclos con confianza, hasta que cayó en desgracia y se acabaron las fotos para subir al Face. Y justo cuando había hecho pie en la farándula grande y nos prometía otros servicios en las Grandes Ligas. “¡Qué lástima, che!”

El otro muchachito, aquel que nos deleitó con los cuchicheos irreproducibles del gordito calentón, aquel de la radio amiga que recibió al que volvió una mañana y a las apuradas con la maleta sin desarmar desde Alemania, el mismo que no se cansó de pasarle todos los temas, incluso en los que desafinaba, al “falso Montaner”, el único que nos mostró cómo un desprejuiciado docente escribía en una pared “vos no sos Montaner” y que nos contó con lujo de detalles y elogios todas las andanzas, locales y porteñas, del muchacho de la Hummer, también cambió. Gracias a las triples y hasta cuádruples ayuditas mensuales que recibió de sus amigos del principal de edificio de la ciudad, pudo dejar la gomina y ahora, que lo rodean y le cubren las espaldas los industriales del transporte, luce un peinado acorde a lo que es, un joven, ambicioso y exitoso empresario. ¿Cómo? ¿Qué hace lo que sea con tal de figurar? ¿Qué es capaz, incluso de violar la ley, con tal de figurar y lograr su propósito? ¡No puede ser! ¡Si lo conocemos de chiquito! Desde cuando aquel que ahora es uno de sus empleados y dice saber ver todo, lo definía como “la bisagra del periodismo”. ¡Qué clase de justicia tenemos que no tolera el éxito, como para allanarte y llevarte todo! ¡Envidiosos!

Pero no te confundas. A vos te lo decimos, nene. Estamos con vos. Y pedimos, como todos, que te devuelvan ¡ya! esos casetitos con las llamaditas que nos mostraste. Especialmente, aquella en la que el de la Hummer dice “si no me dejan de romper las pelotas voy a llamar a…” y nombra a uno de los principales políticos de la ciudad. Porque… ¿esa también la pensabas publicar, no?

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